Descubrió y pregonó Albert Einstein que hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica. No hablaba el genio de una motricidad ignota, descubierta en un loco experimento, sino de algo tan cotidiano como extraordinario: la fuerza de voluntad.
Según la American Psychology Association, la fuerza de voluntad es “la capacidad de resistir las tentaciones a corto plazo para cumplir los objetivos a largo plazo”. Es decir, la capacidad para retrasar la gratificación.
Esta fuerza es la que se esconde detrás de cada gran (y pequeño) logro, es determinante para conseguir nuestros objetivos: un ascenso, un examen, un mejor físico, dejar de fumar... Teniendo en cuenta esto es normal que nos preguntemos cómo ejercitar la fuerza de voluntad. Para descubrirlo deberíamos acudir a tres estudios científicos.
Walter Mischel fue el director uno de los estudios más importantes de la historia sobre la gratificación retrasada. Su funcionamiento parecía bastante sencillo. Mischel pidió a un grupo de niños que eligieran entre recibir una chuchería en el momento o recibir el doble una hora después.
El estudio determinó que los niños que lograron retrasar la gratificación tenían una fuerza de voluntad más fuerte que el resto, lo cual no parece una conclusión especialmente revolucionaria. Pero es que el experimento solo acababa de empezar.
Los jóvenes participantes fueron en realidad sujetos a una evaluación a largo plazo. Con el paso de los años, con los niños convertidos en adultos, Mischel volvió a analizar cómo les había ido en sus vidas. Y resultó que aquellos que tenían más éxito en su vida adulta fueron aquellos que de niños demostraron tener una mayor fuerza de voluntad. El éxito en la vida se midió en términos de educación, desempeño en el trabajo, salud y otras métricas. De esta conclusión podemos deducir no solo la importancia de la fuerza de voluntad, sino que esta tiene un componente innato que no varía demasiado en el tiempo. Según Mischel es imposible o muy difícil ejercitar la fuerza de voluntad.
Le contradice, o al menos matiza, el trabajo de campo de Roy Baumeister. Este científico entendía que la fuerza de voluntad funcionaba con un músculo, explicando también que puede fatigarse si se le pide un esfuerzo continuado.
Según Baumeister, nuestra fuerza de voluntad depende del nivel de energía disponible en nuestro cerebro en un momento dado. Para apoyar esta tesis, realizó un experimento. Los participantes tuvieron que resistir la tentación de comer chocolate y completar después una serie de tareas mentales. Quienes lograron resistirse a la comida tuvieron un peor desempeño en las tareas mentales, demostrando su teoría.
Hay un tercer estudio en liza, bastante más reciente. En 2010, la investigadora de la Universidad de Stanford, Veronika Job y sus colegas, sugirieron que nuestras propias creencias sobre la fuerza de voluntad podrían desempeñar un papel clave y acompañaron esta afirmación de una serie de estudios empíricos. Es decir, que una actitud positiva puede ser crucial. Hay un factor motivacional en la fuerza de voluntad y por tanto, en este caso y según demuestra la ciencia, creer puede convertirse en poder con una actitud mental positiva.
Aunque existe cierta controversia en torno a la fuerza de voluntad, un creciente cuerpo de investigaciones sugiere que esta debería considerarse un músculo. Eso nos lleva a plantearnos ¿cómo ejercitar la fuerza de voluntad?
Para fortalecer un músculo, tienes que hacer ejercicio. Cuando trabajas demasiado, te cansas y necesitas tiempo para recuperarte. Para hacer ejercicio hay que mantener una actitud positiva. Poner esto en el contexto de la autodisciplina parece un buen punto de partida y una forma inteligente de empezar a entrenar nuestra mente. Ahora solo falta descubrir de dónde sacamos la fuerza de voluntad para entrenar nuestra fuerza de voluntad.