Antes de preguntarte si eres feliz, deberías cuestionarte qué es exactamente la felicidad. Mucha gente la confunde con el placer y las consecuencias de esta confusión van más allá de lo meramente lingüístico.

A veces, la búsqueda de la felicidad se reduce a una simple cuestión conceptual. Antes de preguntarte si eres feliz, deberías cuestionarte qué es exactamente la felicidad. Lo cierto es que muchas de las cosas que coloquialmente describimos como felicidad son meros sucedáneos, imitaciones de marca blanca, fotocopias de baja potencia.

El problema trasciende lo lingüístico y afecta a lo social. No han sido los académicos de la RAE los que no se han puesto de acuerdo sobre el concepto de felicidad; no son siquiera los psicólogos, que también tienen una definición bastante concreta de este sentimiento. Es la sociedad la que se ha hecho un lío.

El placer es una sensación concreta y puntual de bienestar, un sentimiento de euforia generado por la satisfacción de una necesidad. O de lo que concebimos como una necesidad. Por el contrario, la felicidad es un estado de ánimo estable en el medio y largo plazo, una especie de alegría serena.

En nuestra sociedad, placer y felicidad se confunden con frecuencia. Tienen en común que producen sentimientos placenteros y que están determinados por las hormonas: la dopamina (que relacionamos con la euforia) en el caso del placer y la serotonina (relacionada con la calma) en el caso de la felicidad. Pero hasta aquí las similitudes. El placer es individual y la felicidad, compartida; el placer es visceral y la felicidad, etérea; el placer es adictivo y breve y la felicidad no engancha y se mantiene a largo plazo. Pero lo más llamativo es que ambos estados son excluyentes. La dopamina y la serotonina son, según diversos estudios, sustancias incompatibles: cuando nuestro cuerpo segrega una, reduce la otra.

Por eso hay que diferenciar entre felicidad y placer. Ambos son importantes pero diferentes. El placer vendría representado por el producto, por el consumismo. Comprar productos puede producir placer, un placer efímero que desaparece al día siguiente de comprarnos el smartphone de moda, la chaqueta de la temporada o el coche más lujoso del mercado. Y lo que es más alarmante, ese placer es adictivo y nos hacemos cada vez más inmunes al mismo, un efecto similar al de las drogas que los expertos han venido a llamar rueda hedónica.

 

Consejos para alcanzar la felicidad sin placer

Este es el motivo de que distintos autores y psicólogos se hayan propuesto separar ambos conceptos de forma radical. No se trata de demonizar el placer, sino de entender que a través del él no vamos a conseguir la felicidad y de buscar otros caminos.

Poniendo un ejemplo más carnal y menos mercantilista, una noche de sexo puede proporcionar placer y una relación duradera puede proporcionar felicidad. Una produce una alegría eufórica y la otra, una felicidad serena. No es que una cosa sea mejor que otra per se, es que son dos cosas diferentes; sería absurdo buscar la realización que puede proporcionar una relación estable concatenando noches de sexo con diferentes compañeros. Igual tendría más sentido buscar la felicidad en las amistades, el entorno laboral o el crecimiento personal, por citar unos cuantos campos. Este ejemplo, que parece tan evidente en el terreno sexual y sentimental, se difumina en claridad al trasladarlo a otros aspectos de la vida.

En su libro The Hacking of the American Mind, el endocrinólogo Robert Lustig asegura que tenemos una dependencia a la dopamina, es decir, al placer. Somos, a juicio de Lustig, una sociedad hedonista, pero no necesariamente feliz. El médico propone en este ensayo consejos para alcanzar la felicidad, y todos ellos pasan reprogramarnos para reducir esta dependencia del placer, aumentar nuestros niveles de serotonina para reducir los de dopamina, o lo que es lo mismo, conseguir más felicidad para necesitar menos placer. ¿Cómo? Con lo que él llama las cuatro ces: esto es, conectar, contribuir, cuidarse y cocinar.

Ni fibra óptica, ni 5G, cuando Lustig habla de conexión se refiere a conectar con nuestros amigos, nuestros familiares. Y habría que hacerlo en persona. Los emoticonos sonrientes de WhatsApp y los corazones exultantes de Instagram no tienen un efecto ni remotamente similar. La interacción cara a cara con otras personas es una de las mayores fuentes de felicidad que existen.

El segundo consejo para conseguir la felicidad también tiene un componente social. Se trata de contribuir. Mientras que el placer se basa sobre todo en recibir, un elemento clave para conseguir la felicidad es dar. Ayudar a una persona, o a una causa, puede hacer que nos sintamos más felices y realizados. No hay que esperar nada a cambio, pero ciertamente algo se obtiene, aunque sea satisfacción.

Llegamos ahora a la parte en que felicidad y placer coinciden. Cuidarse es básico para alcanzar la felicidad. Igual que la falta de sueño, el estrés o el hambre pueden generar infelicidad, la satisfacción de estas necesidades es un pilar necesario para conseguir la felicidad.

Algo más concreta es la última de las ces: cocinar. Una alimentación sana y equilibrada no solo nos puede llevar a evitar enfermedades y mantener el peso, sino que puede ser una fuente de felicidad. Siendo Robert Lustig un endocrino, fue uno de los primeros en pedir una tasa impositiva a las bebidas azucaradas y ha hecho de la lucha contra el azúcar y los procesados una lucha personal. Por el contrario, Lustig defiende que los alimentos saludables pueden producir efectos beneficiosos no solo sobre nuestro cuerpo, sino sobre nuestra mente. Y cocinarlos nosotros mismos puede ser una manera de conectarnos, de distraernos y de buscar nuevas aficiones. Y quizá de paso, siguiendo estos consejos, consigamos encontrar la felicidad.